Esta es la opinión personal de una paciente que ha decidido compartir sus vivencias después de someterse a diferentes tipos de intervenciones estéticas, dando su consentimiento explícito en todo momento para que esta información sea compartida y que otras personas puedan contar con otra forma de entender estas experiencias.
«Mi experiencia personal tras la liposucción».
«Antes de nada me gustaría dejar claro que ni me opongo ni estoy a favor de la liposucción ni de otras operaciones estéticas, tengo amigas y conocidas que se han operado y siempre me dicen que ha sido la mejor decisión que han tomado. Hoy quiero contar mi caso personal, para que mi experiencia pueda ser útil como información para quienes están dudando sobre si realizarse una cirugía estética o no, y así ayudar a alguien que se encuentre en una situación parecida a la mía, y además que sepan que no están solas.
Yo soy española pero mi mamá es de origen latinoamericano, cuando era pequeña siempre le dió mucha importancia a su belleza, se pasaba a dieta la mayor parte del año y siempre intentaba estar lo más linda posible. Ella nunca me hizo ningún comentario sobre mi aspecto, siempre me decía que me veía muy guapa y que estaba muy orgullosa de mí, pero yo me veía en el espejo y no me gustaba mi imagen.
Cuando llegué a la pubertad, mi pecho se desarrollo muy poco, yo tenía la esperanza de que mi pecho se pareciese al de mi mamá, pero salí a las hermanas de mi padre. Estatura media, culonas pero rectas de cintura y con poco pecho. Nunca pensé que mi cuerpo fuese realmente femenino y solía llevar prendas sueltas en la parte de arriba para disimular la barriga y la falta de cintura y pecho.
El primer año de universidad, mi compañera se hizo una liposucción, y estaba encantada con el resultado. Empezó a salir más, encontró novio y se la veía más feliz, como luminosa. Yo empecé a tomarme muy en serio la idea de operarme también, ya lo había estado pensando desde siempre, me miraba en el espejo y me imaginaba el resultado cada vez que pasaba delante de uno. Cuando ya me decidí mi problema fue el dinero, mi beca no daba ni para los gastos y mis papás, que ya estaban separados, no me iban a dar dinero para algo tan trivial.
Me puse a trabajar y ahorré todo lo que pude, y el verano del segundo año viajé al país de mí mamá y me hice la primera liposucción, en latinoamérica este tipo de cirugias costaban una décima parte que en España. La operación fue según lo esperado pero yo no me sentía bien, me econtraba muy dolorida y era un morado de pies a cabeza.
La primera vez el doctor me recomendó extraer grasa del abdomen, de los costados y de la parte trasera de la espalda. La recuperación físicamente fue rápida pero emocionalmente fue un desastre. Me sentía inchada y temía que el resultado no fuese el que yo esperaba. Cuando volví a España ya estaba prácticamente desinflamada y el resultado era mejor que antes de operarme pero no era lo que yo esperaba, mi cuerpo estaba más delgado pero seguía sin tener la figura de reloj de arena que yo quería.
«El resultado fue mejor que antes pero no era lo que me esperaba».
Recuerdo el resto del tiempo que pasé en la universidad con el miedo constante a engordar, haciendo las mismas dietas o más que antes sólo para poder asegurarme de que lo poco que había conseguido (para lo que yo anhelaba) no desapareciera.
Cuando terminé la universidad y empecé a trabajar, todo lo que ganaba lo guardaba para volver al país de mi mamá y volver a operarme, investigué todo lo que pude para encontrar las técnicas que me dieran esa estructura de reloj de arena que tanto deseaba. A los dos años ya había ahorrado suficiente para hacerme una intervención completa: abdominoplastia, lifting de glúteos, piernas y espalda, además de un aumento de pecho para que mi imagen por fin tuviese forma femenina.
«Abdominoplastia, aumento de pecho y lifting de gluteos, piernas y espalda»
Viajé y me operé de nuevo, esta vez en una clínica más lujosa, pero aún así la mitad de costosa que en España. La operación no fue tan bien como la primera vez, tuve un par de problemas durante la intervención e incluso tuvieron que ponerme dos bolsas de sangre por una hemorragia. El post operatorio fue lo peor de todo, me dolia todo y me obsesionaba la idea de que no fuese a estar totalmente recuperada a tiempo para incorporarme al final de mis vacaciones, me dio un cuadro de ansiedad completo, se me cerró el estómago, no podía dormir y de la ansiedad empezó a caerseme el pelo.
Pero cuando me recupere totalmente estaba tan contenta con el resultado que habría repetido la operación una y mil veces, me veía estupenda, me encantaba como me quedaba la ropa y salía a la calle sintiéndome como si pudiera volar. Fue la primera vez en mi vida que me sentía plenamente orgullosa de mi cuerpo. Estaba tan contenta que en las siguientes vacaciones me fui de viaje a un lugar con playa y contraté al fotógrafo del resort para que me hiciera un reportaje en ropa de baño.
Me sentía tan hermosa y estaba tan orgullosa de mí que algunos huéspedes del hotel le preguntaron al fotógrafo si yo era modelo ¡Yo modelo! Después con el tiempo entendí que estaba orgullosa de mi aspecto físico como algunos padres lo están de los talentos de sus hijos, no es lo mismo el orgullo de ser padre o madre que el orgulloso/a de uno/a mismo/a, no son sustituibles.
Le dediqué tanta energía a mi aspecto físico como otras personas les dedican a sus hijos, y ahora por fin tenía sentido tanto sacrificio, pero por dentro mi amor propio seguía igual de desnutrido.
«Sentía que por fin tenía sentido tanto sacrificio»
El primer año de la operación me encontraba bastante bien, seguía matándome a hacer ejercicio y contando las calorías de todo, pero lo que no me gastaba en copas y comilonas me lo fundía en ropa y maquillaje para seguir sintiéndome bien.
En mi entorno profesional eramos muchas las mujeres que nos haciamos «algo en vacaciones», unas se retocaban la nariz, otras se pusieron implantes de pecho, alguna se hizo algo más aunque no lo recomociamos abiertamente, con el tiempo me fui encontrando con más colegas de profesión que se habían operado. Incluso era una señal de éxito profesional.
Al poco tiempo conocí a mi pareja, y entonces fue cuando se terminó la tranquilidad. Mi pareja y yo decidimos que no queríamos tener hijos en aquella época y empecé a tomar la píldora anticonceptiva, ¡gran error! En cuestión de un par de meses mi metabolismo empezó a descontrolarse, empecé por no dormir bien, luego la ansiedad me acompañaba todo el día, empecé en un círculo vicioso de comer por ansiedad, machacarme en el gimnasio, y hacer dietas extremas.
El resultado fue que me lesioné entrenando, me dieron la baja y para cuando me recuperé había ganado 8 kilos, se que no es mucho para algunas personas, pero para mí en aquel momento era como si me estuviera desparramando en todas direcciones.
«La píldora anticonceptiva hizo que mi metabolismo se descontrolase»
Mi pareja me ayudaba como podía pero nada de lo que él me decía me consolaba. Decidí que iba a dejar las anticonceptivas, que además me habían dejado sin lívido prácticamente entre el aumento de peso, la ansiedad y el efecto propio de las pastillas. Entonces me encontré con el efecto rebote, hiciera el ejercicio que hiciera, y comiese lo que comiese no conseguía bajar de peso. Compré dos básculas diferentes porque mi pareja me decía que era imposible que no perdiese nada con lo poquisimo que comía, pero era verdad. La báscula se reía de mi cada vez que me subía, podía perder 200 gramos en una semana de dieta estricta, donde estaba tan cansada que era más café que persona, y eso también provocó que el pelo volviera a caerse a puñados.
«La báscula se reía de mí cada semana»
Estaba tan mal que mi pareja me pidió deseperado que fuese a un psicólogo a trabajar mi ansiedad y mi obsesión con el peso. Comencé una terapia con un psicólogo de mi ciudad y empecé a encontrarme un poco mejor, trabajé mi autoestima y mi estado de ánimo mejoró, me ayudó a ver que mi imagen física era una forma de canalizar mis otras carencias y que tenía más facilidad para, hacer que otras áreas de mi vida fueran más satisfactorias, que para controlar mi peso.
En aquella fecha mi pareja y yo decidimos que queríamos ser padres y al poco tiempo me quedé embarazada. Mi cuerpo volvió a hacer de las suyas y se descontroló de nuevo, engordé muchísimo, me salieron estrías y otras marcas en la piel, se me deformó el pecho, etc. Cuando mi niña nació me sentía muy feliz con ella, pero me miraba en el espejo y odiaba la imagen que veía. Orgullo de madre, amaba a mi bebé pero nada de ese amor le llegaba a mi cuerpo.
«Con el embarazo mi cuerpo volvió a descontrolarse»
Después pasaron algunos años de altos y bajos, mi relación de pareja se resintió pero mi vida laboral se desarrolló mucho más de lo que me hubiese imaginado, monté mi propia empresa y empecé a ganar mucho más que antes. Me relacionaba con personas cada vez más acomodadas económicamente y entre las que hacerse operaciones de estética era tan normal como respirar. Como ahora podía permitírmelo me puse en manos de una de las mejores cirujanas de España, y me sometí a ¡ocho! diferentes intervenciones. Me retoqué la cara, me cambie los implantes del pecho y me hicieron una reconstrucción total, una tercera y última liposucción con lifting completo de tronco, caderas, piernas y lifting de brazos y muslos.
En dos años y medio me gasté en cirugía lo que otras personas en un coche de alta gama o en una reforma integral de su casa. El problema fue que seguía sin estar contenta. Cada vez que veía el resultado de una cirugía podía silenciar por un tiempo la voz de mi cabeza que se encargaba de compararme, rechazarme, despreciarme y amargarme con mi aspecto físico, pero duraba muy poco. Cuando una zona de mi cuerpo estaba bien, mi mente se obsesionaba con la siguiente zona.
«En dos años me gasté en cirugía lo que otras personas en reformar su casa»
Para colmo todas las personas que me conocían no paraban de decirme lo estupenda que estaba, que parecía 15 años mas joven, que estaba guapísima, etc. Para alguien que no ha vivido este tipo de experiencias es muy difícil entender cómo un halago puede ser lo que menos beneficie a una persona que no ha conseguido aprender a aceptar su cuerpo. Con cada palabra de reconocimiento a mi imagen mi obsesión por mantenerla así y que mi cuerpo no pareciese envejecido o «fofo» iba en aumento.
Llegó un momento en el que me comparaba con las becarias de mi empresa que tenían ¡la mitad de años que yo!, y aunque sabía que no tenía sentido, no podía evitar mirar mi cuerpo y desear que fuese mejor. Como había sustituido a mi psicólogo por mi cirujana, le pregunté qué mas me podía hacer y me contesto que nada más. ¡Sólo mantenimiento! Por diferentes motivos ya no podía volver a hacerme más cirugias en ciertas zonas del cuerpo y me di cuenta que mi agenda empezaba a girar alrededor de las citas que tenía para tratamientos «no invasivos».
«Me comparaba con chicas con la mitad de años que yo»
Un día una amiga entró en mi casa y me hizo ver que tenía que volver a buscar ayuda psicológica. Las únicas fotografías mías que tenía a la vista eran de mi viaje después de la segunda liposucción, el resto eran con mi niña. Orgullo de madre, no me importaba salir mal si ella salia en las fotos porque para mí ella siempre sale preciosa, pero si sólo me miraba yo no me gustaba en ninguna de cuello para abajo.
De psicólogo en psicólogo encontré a Ana María, y empecé a trabajar con el inconsciente para sanar el rechazo que me obligaba a ser perfecta por miedo a mi propia crítica. Después de muchos duelos, puedo decir que he mejorado mi relación emocional con la figura de mi madre, entendí que en su educación una mujer bonita era la única forma de garantizarse una vida mejor y que por eso la vi toda la vida obsesionada con su imagen.
Para el inconsciente de mi madre ser fea, gorda o estar envejecida era sinónimo de penurias y abandono. Trabajando el transgeneracional vimos que había habido varios casos de mujeres que fueron abusadas y violentadas, y que en general tanto en el árbol familiar de mi padre como en el de mi madre, las mujeres habian sido valoradas por su capacidad de ser atractivas, de soportar humillaciones o de guerrear con todo y contra todo.
«Para el inconsciente de mi familia ser mujer y fea era estar en peligro, pero ser muy atractiva también».
Yo traigo el proyecto de ser guerrera, por eso mi cuerpo engorda cuando se siente en estrés y mi distribución natural de la grasa no me permite tener cuerpo de reloj. Yo vine a la familia a ser «la primera mujer independiente económicamente», tan independiente que monté mi propia empresa y siempre estuve con hombres que dependian más de mí económicamente que yo de ellos. Mi inconstinte entendía que ser exuberante me ponía en peligro, como le sucedió a las mujeres de mi clan, y cuando conseguía una figura sensual, mi inconsciente se sentía en peligro y mi mente empezaba a obsesionarse con otras partes de mi cuerpo o atraía situaciones para que volviese a engordar.
Mi aspecto físico se convirtió en la batalla perfecta para ser una mejor guerrera. Cada vez que conseguía una victoria pasaba algo que me hundía y tenía que volver a pelear. Gracias a Ana María he comprendido que no estaba haciendo nada de esto por mí misma, por eso nunca era nada realmente satisfactorio, sólo un consuelo temporal.
Me he podido liberar de muchas creencias de mi familia y he aprendido a ponerme yo como verdadera protagonista de mi vida. Ahora empiezo a disfrutar de lo que he logrado que antes no tenía suficiente valor para mí».
«En resumen, antes de someter tú cuerpo a una cirugía asegúrate de que es lo que todo tu ser necesita, y no solo la parte de tu mente que te dice que no eres lo suficiente todavía».
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